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No imaginé que esos ronroneos fueran de despedida, iba hasta el baúl de las toallas que queda al pie de la ventana y regresaba zalamero a sobar su flanco izquierdo contra mi pierna. Lo miraba de reojo porque esa terneza suya me hacía despistar del poema que ya tenía cogido por los cuernos. Como no le hacía caso, posó sus dos manitos sobre mi muslo y me maulló suavemente. Me miraba intensamente con sus ojos azules. Pensé ―este pendejo ni se imagina que le estoy escribiendo un poema― y seguí tecleando como si nada. Al ver que seguía insistiendo lo alcé y le di mi acostumbrado abrazo de oso.

Mi gato funámbulo:

No es angora porque le falta melena leonina 

Ni siamés por un corazón pintado en la barriga

Ni persa por su largo hocico y sus bigotes ásperos…

 

I
La luna platea
su leve luz por la ventana.

Pasa y mira.

Nena
se extasía,
mira cómo se pierde
en la profundidad del espejo
el vuelo de una mosca.

Deambulo,
entre esteros y bocanas
busco el brillo de la ola
que me haga existir,
me abrazo en sus manglares
y me sumerjo
en el cristal opaco
del océano Pacífico.

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