Por: Luz Katherine
Escrita en 1866, por el autor ruso Fedor Dostoyevski. Crimen y Castigo es una novela que puede incluirse en el género policiaco; sin embargo, se diferencia en su estructura del tipo de tramas en las que el clímax consiste en descifrar quién es el asesino, como en el caso de las novelas de Agatha Christie, puesto que aquí no hay misterio respecto a su identidad, y lo que prima es la exploración psicológica de los conflictos que atormentan y obsesionan a los personajes. Sus páginas ejercen un poder magnético sobre el lector, llevándolo ávidamente, por una historia de caída, purgatorio y redención.
La anécdota que narra la novela es bastante sencilla y la podemos resumir a continuación; más adelante, veremos cómo estos hechos sirven de disparador para explorar las más sórdidas pasiones humanas, que se derivan contradictoriamente, de un dilema ético fundamental. La historia narra la vida de Rodion Raskolnikov, un estudiante en la capital de la Rusia Imperial, San Petersburgo. Este joven se ve obligado a suspender sus estudios por la miseria en la cual, apenas sobrevive, a pesar de los esfuerzos que hacen su madre Pulqueria y su hermana Dunia para enviarle dinero. Necesitado de financiación para pagar sus estudios y manutención, recurre a una anciana prestamista vil y egoísta, en cuya casa empeña algunos objetos de valor.
Su hermana Dunia, con la intención de ayudarlo, acepta la propuesta de matrimonio de un rico abogado, situación que hace enfadar a su hermano, cuando conoce que ha aceptado la propuesta sin haberle consultado. Sin embargo, aunque rechaza esta ayuda, Rodion tiene aires de grandeza, y en sus delirios cree ser merecedor de un gran futuro, llegándose a comparar con Napoleón. Así que tiene la idea de matar y robar a Aliona Ivanovna, la vieja usurera. Esa idea le atormenta durante días, y crece en su interior como una hiedra venenosa.
Raskolnikov decide asesinar a la anciana, y lleva a cabo su intención, no sólo con el propósito de robarle —ya que abandona en un escondrijo el botín que saca apresuradamente de la casa de la mujer— sino también por considerarla un ser humano inútil para la sociedad, un parásito que sólo puede arruinar a quienes la rodean. Sin embargo, la posición de Raskolnikov es mucho más compleja: ha asumido que la sociedad se halla dividida en dos tipos de seres humanos; aquellos superiores, que tienen derecho a cometer crímenes por el bienestar general de la sociedad y aquellos inferiores, que deben estar sometidos a las leyes, cuya única función es la reproducción de la raza humana. La única justificación moral que puede tener la acción de Raskolnikov, es que él sea un hombre superior, en cuyo caso, no ha de sentir ningún tipo de arrepentimiento por su acción. Cuando ejecuta su plan, se ve obligado a asesinar también a Lizaveta, la hermana de la prestamista, que lo sorprende en el lugar del crimen.
Después de que Raskolnikov comete el crimen, es cuando en realidad comienza el relato; como lectores podemos asistir como testigos mudos, a la guerra psicológica y moral que se libra en su mente, siempre al borde del colapso, sometida a interminables disertaciones filosóficas que buscan justificar sus actos y por ende, absolverlo del castigo flagelante de la culpa. ¿Cuál es el dilema ético que atormenta al protagonista? ¿Existen aquellos con una superioridad moral que les da el derecho a juzgar y condenar a sus semejantes, hasta el punto de permitirles decidir quién debe vivir y morir? De ser así, ¿en qué consiste esa proclamada superioridad?, ¿a quiénes les es dada?, y ¿a través de qué? ¿Viene ungida por la devoción a un credo religioso, una filiación política, una militancia revolucionaria, o una ideología filosófica?
¿Quienes hacen parte del clan de los elegidos y los marginados, merecen ser perseguidos y aniquilados? Porque toda doctrina es parcial, y por lo tanto, atenta contra la libertad y la diversidad, y necesariamente, genera excluidos. La historia de la humanidad está llena de lapsus sangrientos, perpetrados por inquisidores y regímenes fascistas, todos con encarnizados argumentos para defender su comportamiento. Los fanáticos religiosos utilizan a dios como instrumento de sus odios mezquinos. No hay mayor soberbia que la de aquel que se cree bueno.
Cuando damos por sentado que existe la posibilidad de que hayan elegidos, es imposible no caer en las arenas movedizas del fanatismo, en la corrupción de las doctrinas absolutistas, que se fundamentan en la arbitrariedad de sentirse dueños de la verdad y dotados del divino advenimiento para imponérsela a los demás, a costa de lo que sea. Hasta aquí es fácil ver con claridad cuál sería el camino correcto, si lo que se busca es enaltecer y dignificar las libertades, e incluso, sería cómodo censurar la conducta del protagonista, Raskolnikov, y de cualquiera que pretenda ejercer algún tipo de totalitarismo; sin embargo, no es así de simple, y si queremos sopesar el bien y el mal, en la balanza hay medir todas las influencias.
Vamos a ver… si no se trata de salir a exterminar de forma indiscriminada a cualquier individuo, sino de aplicar un correctivo a aquellos que no sólo exhiben conductas reprochables, sino que yendo un poco más allá, son carentes de valores y principios, no manifiestan ningún tipo de empatía ni respeto por los demás humanos, ni por otros seres que cohabitan este mundo, son autoindulgentes con sus errores y despiadados a la hora de ultrajar con calumnias y prejuicios; en otras palabras, son viles y despreciables hasta la depravación. En esta situación, ¿está justificado el castigo? En el caso de Raskolnikov, Dostoyevski escogió una anciana usurera, que se aprovecha de la necesidad de quienes se ven obligados a empeñar sus cosas; quizás, porque el mismo autor tuvo graves problemas económicos y se vio acosado por prestamistas, que luego quisieron cobrarle un monto muy superior al que originalmente debía. Para él, estas aves de rapiña debieron ser la representación más cruda de la corrupción humana y por eso los tomó como señuelo literario. Cada cual puede imaginarse quién debería estar en su lugar.
La violencia como mecanismo de justicia, es un arma de doble filo, daña a quien la recibe y mucho más a quien la ejerce. El impulso de castigar, así sea con causa justa, es un veneno que contamina la sangre. Una vez que la misión se ha cumplido, ¿es posible cercenar una parte de esa alma, como si fuera un órgano infectado para detener la gangrena? El deseo de hacer justicia por mano propia, entraña un insondable abismo: el peligro de convertirse en aquello que se desea combatir con tanto ahínco; ver crecer y degenerar en sí mismo el mal que se quiso extirpar en el otro, como una célula cancerígena que va proliferando soterradamente a espaldas de su hospedero, y cuando este la descubre, ya ha hecho metástasis en todo su cuerpo.
Recuerdo al protagonista de Breaking Bad, la exitosa serie estadounidense (2008), que tuvo varias adaptaciones en Latinoamérica, entre ellas, la versión colombiana, “Metástasis”. Cuenta la historia de Walter White (Bryan Cranston), un frustrado profesor de química que trabaja en un instituto, y además, en un lavadero de vehículos por las tardes, para complementar sus escasos ingresos económicos. Su familia se compone de una esposa embarazada y un joven hijo discapacitado. Walter es el típico ciudadano promedio, que bien podría encajar en la inmensa mayoría, un hombre pasivo, sin espíritu crítico que sigue las reglas de la sociedad con mansedumbre y servilismo, no está satisfecho con sus condiciones de vida, pero se conforma con seguir las normas; su mundo se verá confrontado y quedará hecha pedazos esa aparente estabilidad, cuando recibe un diagnóstico de cáncer pulmonar terminal; ahí se plantea qué pasará con su familia cuando él muera.
En una redada de la DEA, a la cual fue invitado por su cuñado, el agente Hank Schrader (Dean Norris), Walter reconoce a un antiguo alumno suyo, Jesse Pinkman (Aaron Paul), a quien contacta para fabricar y vender metanfetamina y así asegurar el bienestar económico de su familia. Pero el acercamiento al mundo de las drogas y el trato con traficantes y mafiosos contamina la personalidad de Walter, el cual va abandonando poco a poco su personalidad recta para convertirse en alguien sin demasiados escrúpulos cuando se trata de conseguir lo que quiere. Es evidente la analogía que se establece entre el proceso de propagación del cáncer y la paulatina decadencia ética del personaje.
En Walter White tenemos un claro ejemplo de un Raskolnikov moderno, y como él todos nosotros nos hallamos con frecuencia en situaciones que ponen en jaque nuestros principios —los tengamos o no— y nos obligan a decidir de qué lado estamos, de la luz o de la oscuridad; aunque el verdadero cuestionamiento consiste en comprender que en este mundo no existen los valores del bien y el mal absolutos, y es posible cruzar esa línea sutil que los separa, y caer en una conducta errada al pretender hacer lo correcto. La conciencia de los seres humanos se debate entre luces y sombras. Y esta obra cumbre de la literatura universal siempre estará vigente.