Autor: Luz Katherine Castellanos Gil

Nunca supimos cuál era nuestro lugar, si estábamos comenzando a vivir o ya debíamos despedirnos.

Llegamos a una casa donde no había adultos, pero sí viejos, y así comprendimos que se pueden acumular años, sin llegar a madurar nunca.

Así recibimos una carga descomunal por las responsabilidades que otros no quisieron asumir.

La adultez se nos vino encima como una máscara. Mientras los demás jugaban a ser niños, nosotras tuvimos que jugar a ser grandes y enfrentar grandes catástrofes, con la mirada estoica y los labios sellados, aunque por dentro nos sintiéramos perdidas y vulnerables.

Los años siguieron pasando, pero la niña se quedó esperando para poder ser.

El corazón se quedó aferrado a un tiempo no vivido, en el que hubiera querido probar la inocencia y no la angustia, queriendo derramar lágrimas de júbilo y no de desesperación.

Esperando para mirar con esperanza el futuro, en vez de temerle.

Siempre esperando.

Nos quedamos preguntándonos, ¿qué es la alegría?, ¿qué es el gozo?, ¿qué es la felicidad? Si sólo probamos el fruto del árbol que crecía en la sombra y su sabor era amargo.

A cambio de una niñez robada, una infancia perpetua.

Y ahora el espejo nos revela una imagen muy diferente, el rostro de una mujer.

¿Quién es esa mujer? No, espera…

Yo sigo aquí esperando para poder ser.